Gregorio García de la Cuesta y Fernández de Célis.

(Tudanca, 9 de mayo de 1741 – Palma de Mallorca, 26 de noviembre de 1811)

Un general Cántabro en la Guerra de la Independencia.

Capitán General de Castilla la Vieja, Extremadura y Mallorca.

 Gregorio García de la Cuesta y Fernández de Célis nació en Tudanca (Santander), el 9 de Mayo de 1.741, hijo de una familia de la pequeña nobleza montañesa. En su parroquia natal se conserva la partida de bautismo, así como información acerca de su familia:

MANIFIESTO QUE PRESENTA Á LA EUROPA EL CAPITÁN GENERAL DE LOS REALES EJÉRCITOS DON GREGORIO GARCÍA DE LA CUESTA.

Sobre sus operaciones militares y políticas desde el mes de junio de 1808 hasta el día 12 de agosto de 1809 en que dejó el mando del Ejército de Extremadura

Palma de Mallorca el 14 de Abril de 1.811.

»   En el año de 1758, y á los 17 de mi edad, después de haber estudiado la gramática y la filosofía en dos colegios, me incliné por una afición irresistible á la carrera de las armas; tomé plaza de cadete en el regimiento de infantería de Toledo, y pasé inmediatamente de guarnición á la plaza de Orán, donde cursé las matemáticas en aquella Real Academia, y estudié prácticamente los principios de la guerra, en la que continuamente había que sostener contra los moros de aquel campo.

En 1761 fui nombrado Subteniente en el regimiento de infantería de Granada; y marche á la campaña de Portugal en que asistí al sitio y toma de Almeida.

En 1766, beneficié compañía en el nuevo regimiento de infantería de Extremadura, donde ejercí las funciones de Sargento Mayor, y dirigí su formación hasta el completo y aprobación de dicho cuerpo.

En 1775 fui nombrado alumno de la Academia Militar de Avila, donde recorrí los autores militares, y me dediqué especialmente á la gran táctica, teórica y prácticamente, por espacio de dos años, en los cuales desempeñé en dos ocasiones la comisión de quintos de aquella provincia.

En 1779, marché con mi regimiento al sitio de Gibraltar, en el cual asistí á los trabajos contra dicha plaza por espacio de catorce meses.

En primeros de enero de 1781, me embarqué con mi regimiento para la isla de Santo Domingo, donde permanecí en el ejército de operaciones que se disponía para la expedición contra Jamaica, en cuyo embarco fui hecho sargento mayor de mi cuerpo, y nombrado mayor de la brigada de Soria. Desde el cabo-francés pasé á la Habana, de donde fui destinado con mi regimiento y el de Soria para apaciguar la insurrección del Perú, y marché á Lima por el istmo de Panamá. Llegado á Lima, me embarqué después de un año para el puerto de Arica y provincias internas del Perú con el mando del 2º batallón, y atravesé los Andes hasta Potosí y la ciudad de la Plata , en donde á mi llegada contuve y desbaraté una insurrección de las milicias del país, con solo una compañía de granaderos.

  Á poco tiempo fui nombrado Teniente Coronel del mismo cuerpo, y subsistí en la ciudad de la Plata, hasta que tranquilizadas aquellas provincias salí para Buenos Aires en 1788. Después de estar algunos meses en Buenos Aires y Montevideo me embarqué con los restos de mi tropa para Cádiz, a donde llegué en agosto de 91, habiendo sido en mi viaje graduado de Coronel, y obtenido la propiedad por resultas de la coronación de Carlos IV.

Luego que llegué á Cádiz se me destinó a la guarnición de la plaza de Badajoz, donde completé y di nueva disciplina á mi regimiento, con el cual en principios del año 93 marché al ejército del Rosellón, en cuya campaña se conquistó bajo de mi mando particular á Cabestan y Bernet inmediatos á la plaza de Perpiñan, donde fui herido.

Me hallé en la batalla de Peires-tortes, de cuyas resultas fui ascendido á Brigadier. Seguidamente pasé á Ceret de segundo del Conde de la Unión, y mandé la expedición de San Lorenzo de Cerdá, y toma de la torra Batera, Monvoló y Peralda en once de noviembre; la expedición de Monvoló y toma de san Marzal en veinte del mismo; la reconquista del reducto de Ceret, y toma del puesto de san Ferríol en veinte y seis del mismo, por cuya acción fui nombrado Mariscal de Campo; expedición á san Lucas y toma del campo y altura de Lloroc en tres de diciembre; ataque y toma del reducto, baterías y campamento de Villalonga en siete del mismo.

En diez y ocho de diciembre pasé desde el campo de Villalonga á tomar el mando de 60 hombres en Bañuls del Marc. El veinte ataqué y tomé el retrincheramiento de las alturas del cabo Bearne, el puerto de Provendré con catorce barcos, y el castillo de san Telmo; y en la madrugada del veinte y uno la plaza de Colibre con 97 piezas de artillería y muchos almacenes de todas provisiones.

El veinte de abril de 94, pasé á tomar el mando de la izquierda del ejército en la frontera de Urgél, donde tuve varias expediciones y combates parciales, en que logré llamar la atención de los enemigos por aquella parte.

En veinte de diciembre fui llamado al cuartel general de Gerona, y se me confirió la subinspección de Milicias del Ejército de Cataluña. En diez y nueve de marzo de 95, se me dio el gobierno de la plaza de Gerona, amenazada de sitio por la pérdida de san Fernando de Figueras.

En primeros de mayo volví á salir á campaña con el mando de la división de la derecha. En junio salí del campo de la Cruz de Fallines con la columna de granaderos provinciales, ataqué á los enemigos sobre el río Fluviá, y les puse en fuga.

En catorce del mismo junio pasé el Fluviá por Bascara con mi división, ataqué a los enemigos en Armadas, les derroté y tomé dos piezas de artillería y varios efectos. Fui atacado poco después, y rechacé por tres veces en la batalla de Pontós al general Augereau con todas sus fuerzas, persiguiéndole hasta cerca de Figueras.

Fui nombrado para reconquistar la Cerdaña, y en veinte y seis de julio de 95 entré con 5000 hombres por el valle de Rivas, ataqué y derroté á los franceses en el campo de Ósese y Regolisa, intimé a la rendición á la plaza de Puigcerdá, y no habiendo querido rendirse en el mismo día la tomé por asalto, con cerca de 20 prisioneros, entre ellos 2 generales y 9 piezas de artillería.

Bloqueé á Velver, que se rindió por capitulación con 10 piezas de artillería y 1300 prisioneros, entre ellos su general. El veinte y nueve pasé a reconocer la plaza de Montluis, y cuando me disponía á atacarla, sobrevino la paz y se suspendieron las hostilidades.

A pocos días me retiré a mi gobierno de Gerona, donde fui creado Teniente General, y poco después nombrado Presidente del Consejo de trece generales para formar y juzgar la causa sobre la rendición de la plaza de san Fernando, en Barcelona; y después de su conclusión fui nombrado Capitán General del reino de Mallorca, y á muy poco tiempo Capitán General de Castilla la Nueva y Gobernador del Supremo Consejo, desde cuya época hasta el día, el manifiesto que ahora publico refiere mi conducta y servicios civiles y militares.

En vista de la anterior relación y del Manifiesto, donde se demuestra que por mis pasos contados si protección alguna he recorrido todos los grados de la Milicia y desempeñado varias comisiones y empleos políticos, la Europa imparcial juzgará inverosímil, por no decir imposible, el que haya llenado tantos empleos y acciones de guerra, sin ninguna cualidad mas que la del valor, que como de gracia me concede el marques de Wellesley, sin conocimiento de causa, y sin mas motivo que el de defender y ensalzar á su hermano el lord Wellington, en los cargos que se le han hecho por su gobierno. Todas las demás invectivas que el marqués produce en sus oficios contra el Ejército Español y su general son dictadas por el mismo encono y espíritu; y no se responde á cada una de ellas en particular, por no dar á este manifiesto un aire polémico á que no está destinado, y por no alargarlo mas de lo que el público desea, de lo que la materia exige, y de lo que mi reputación necesita.»

Durante su estancia en Buenos Aires, Cuesta contrajo matrimonio, a la edad de 50 años, con  María Nicolasa López y Nieto, viuda criolla natural de Córdoba ( Argentina ), antes de su regreso a la Península en 1.791.

Acabada la Guerra de la Convención, el prestigio alcanzado por Cuesta en España a través de todas las gacetas y Diarios del país que recogían sus victorias de 1795 contra las fuerzas republicanas francesas en Cataluña, mientras su propio Gobierno negociaba ya una derrota condicionada, le llevó a alcanzar la Presidencia del Consejo de Castilla.

Este organismo era, en teoría, el más alto órgano colegiado de gobierno de la Monarquía, aunando funciones legislativas y judiciales. Desde su Presidencia Cuesta tendría varios enfrentamientos políticos con el propio Secretario de Estado, Manuel Godoy, lo que le costó, en abril de 1801, ser destituido y desterrado de la Corte a Santander.

Gregorio de la Cuesta recordaría años después, el » Caos y la desolación a la que la había reducido [a España] el Despotismo y la ignorancia de su anterior Administración», balance que deja claro cuál era su opinión acerca del Príncipe de la Paz.

Así nos lo resume su citado Manifiesto:

Tras el Motín de Aranjuez, verdadero golpe de Estado aristocrático que lleva al trono a Fernando VII, Cuesta, que seguía cumpliendo su destierro de la Corte en Burgos, fue reclamado por el nuevo monarca, el cual le nombró le nombró el 2 de Abril de 1.808, Capitán General de los Reinos de Castilla y León, así como Presidente de la Real Chancillería de Valladolid ( equivalente al actual Tribunal Supremo para dicho territorio).

Desde este alto puesto trató de convencer sin éxito a Fernando, en Burgos, para que no continuase su camino hacia Bayona. En esta ciudad consiguió evitar el enfrentamiento popular contra las tropas francesas de guarnición, en conjunción con el que sería su gran rival político en los meses siguientes por el control del poder patriota en León y Castilla la Vieja, el baylío  y ex Secretario de Marina, Antonio Valdés.

Las revueltas patriotas que estallaron por toda España a partir del Dos de Mayo le sorprendieron ya en su puesto de Valladolid. Como en otras Capitanías, los amotinados se dirigieron al Capitán General para que se sumase a la rebelión antijosefina y les dirigiese en la guerra contra el Imperio. Desprovisto de tropas y opuesto, como buen militar de Antiguo Régimen, a cualquier revuelta popular contra el poder establecido, Cuesta no se hacía excesivas ilusiones acerca de las posibilidades de éxito. Sin embargo, las amenazas recibidas y su patriotismo se imponen al final, accediendo a encabezar la revuelta en la región de su mando ( tratando de aminorar así también, al menos, los desmanes antiseñoriales de los revoltosos ).

En esos días rechazó también la oferta del propio Napoleón ( hecha desde Bayona el 25 de mayo ) para ser el nuevo Virrey de Nueva España si se mantenía leal a la nueva dinastía. Oferta que Cuesta ni se molestaría en responder:

“ Bayonne, 25 mai 1808.

Au Caiptaine Général Gregorio de la Cuesta, à Valladolid.

La bonne opinion que nous avons conçue de votre personne nous porte à désirer que vous rendiez au Mexique, en qualité de Vice-Roi, pour assurer cette colonie importante à laa Métropole, et pour éviter les mauvais effets qui pourraient résulter du mécontentement qu´a inspiré le gouvernement actuel.

Notre intention est aussi que vous désigniez tros ou quatre colonels, brigadiers ou maréchaux de camp, pour s´embarquer avec vous, et que vous pourrez destiner au commandement des points importants. Nous écrivons au Liutenant General et a la Junte pour vous expédier vos brevets et commissions, et pour que vous puissiez vous embarquer sur une frégate ou un vaisseau de 64, le meilleur de l´escadre. On fera préparer en même temps, dans les ports voisins, des avisos  sur lesquels vous vous embarqueriez, si le vaiseau éprouvait trop de retard.

Dones-moi une nouvelle prevue de votre zéle en partant su un aviso. Celte importante misión sera un nouveau titre que vous acquerrez à notre estime et aux bonne grâces du Roi, votre maître “.

La situación que se le presentaba era desoladora. Además de los problemas administrativos para hacerse obedecer por las nuevas autoridades locales patriotas en su Capitanía, ésta carecía casi de tropas regulares y no había almacenes de armas ni municiones, salvo en pequeña cantidad en Ciudad Rodrigo. En consecuencia, con la autoridad y prestigio que su nombre daba, comenzó la recluta y adiestramiento de un reducido Ejército de Castilla formado por campesinos y estudiantes, encuadrados por veteranos licenciados, que no llegaría a rebasar los 8.000 hombres.

Una primera batalla habida a la puertas de Valladolid, en Cabezón el 12 de Junio, que los amotinados ( una muchedumbre sin encuadrar y mal armada ) le obligaron a entablar cruzando un río y dejando un puente a sus espaldas, ( contra todas las leyes de la guerra ), acaba en la previsible derrota. Ello le obligó a abandonar Valladolid y retirarse hacia León. en dicha provincia, los pasos de montaña hacia Galicia estaban ya bien guardados por las tropas de los generales Filangieri y Blake.

El 19 de junio, y como consecuencia de la derrota de Cabezón el general Cuesta escribió una brillante proclama dirigida a todos los habitantes de Castilla y de toda España. En ella, el viejo general castellano, resumían bien los motivos que habían empujado a los españoles a declarar la guerra al Imperio de Bonaparte:

» Castellanos La jornada de Cabezón no ha sido para nosotros tan funesta como nos han querido pintar algunos hombres débiles y cobardes, es preciso que volvamos sobre nosotros mismos, que paremos la consideración sobre los ultrajes que hemos recibido, y tratemos de vengarlos.

Bien habeis visto esa caterva de bandidos bajo la bandera de la paz, cometer todo género de desórdenes y crímenes, asolados los pueblos, ajadas las campiñas, robados y profanados los templos, saqueadas muchas casas de nuestra Capital, y violadas las leyes de la hospitalidad; ¿qué nos queda que esperar? ¿O no vale más morir en el campo de la gloria peleando en defensa de la Patria?

Manifiesto presentado a Europa

Castellanos, en ningún tiempo hemos defendido una causa más justa que la presente, tal es la de nuestra libertad e independencia, porque una Nación no es libre ni independiente en tanto no puede elegir por sí misma sin dependencia de otra el Gobierno y el rey que más le acomode, en este caso se halla la Nación Española. Ese hombre lleno de ambición y soberbia, ese trastornador del derecho de la Naciones quiere darnos la Ley y ponernos un Rey a su arbitrio. Para eso se vale de mil engaños, y pretende deslumbrarnos con las palabras felicidad, integridad de territorio, y conservación de la Religión católica, como si necesitáramos de él para esto. No, castellanos, no debemos dar oídos a las palabras.

El objeto de Napoleón es hacernos esclavos de la Francia, llevarnos a países remotos a servir a sus caprichos y sacarnos todas nuestras riquezas.

¿Y callaremos a la vista de esto? ¿Preferiréis la esclavitud a la Independencia? ¡No! El Español no ha nacido para ser esclavo, ha nacido para ser libre y no puede serlo si no toma las armas para la defensa de sus derechos. ¿No nos avergonzaríamos al pensar que habíamos doblado la cerviz a esa caterva de bandidos gobernada por un monstruo? ¿Qué dirán las demás naciones al vernos abatidos y reducidos a una mísera colonia de esclavos?

¡ Ah ! Inflamémonos de aquel Espíritu Nacional que hace a los hombres invencibles: despreciemos con generosidad a esos hombres cobardes e indolentes que temiendo morir y queriendo ser solos despreciadores de los demás hombres, procuran esparcir voces de temor y miedo para acobardarnos y hacernos compañeros de su esclavitud. Volvamos de nuevo a tomar las Armas que hemos dejado caer de las manos, y corramos a aumentar el número de los defensores de la Patria para que cuando volvamos a nuestros hogares, cubiertos del polvo de la Victoria, digan nuestros padres: venid, venid hijos a nuestros brazos, venid a gozar del premio de vuestros trabajos, y de la felicidad que debemos a vuestro Valor.

Mayorga de Campos, 19 de junio de 1808. Gregorio García de la Cuesta.»

Tras Cabezón empieza la verdadera campaña militar para el general Cuesta. En una actividad frenética, el general se pone en comunicación con todas las capitales de provincia libres de la ocupación francesa de su Capitanía. Desgraciadamente, la mayor parte de ella, estaba ya en manos imperiales. Igualmente trata de poner bajo sus órdenes a todas las nuevas Juntas Provinciales y Locales patriotas surgidas en medio del levantamiento antifrancés.

Con muy pocos medios, y auxiliado eficazmente por la Junta de León, consigue ir reuniendo a varios cientos de reclutas que conseguirá ir organizando en Tercios Provinciales de Infantería a los que consigue dotar de armamento llegado de Asturias, Galicia y Ciudad Rodrigo. A este ejército improvisado, une Cuesta 4 buenos escuadrones de los regimientos de la Reina, Guardias de Corps y Carabineros Reales.

Furioso por ver a las fuerzas del mariscal Bessières posesionadas de Valladolid, Cuesta tratará, por todos los medios de conseguir refuerzos militares de las Juntas de Galicia y del Principado. Las tibias respuestas recibidas, llevarán a este viejo soldado del Siglo XVIII, a reclamar un gobierno patriota unificado en la forma de una Regencia ( tal como establecían las viejas leyes de la Corona, por medio de una famosa proclama fechada en Benavente el 4 de Julio ) :

“ VIRTUS UNITA FORTIOR .

Todos los buenos españoles, todos los Pueblos de la Península en que no residen ejércitos Franceses, han levantado a un tiempo el grito y el estandarte de la independencia contra la tiranía, la perfidia y vejaciones del Gobierno Francés, un movimiento tan unánime bastaría a justificar nuestra causa…

Arrancarnos del seno de la Patria con engaños y falsedades a nuestro amado Monarca, la delicia, la esperanza y consuelo de la Nación que iba a ser regenerada del caos y desolación a que la había reducido el Despotismo y la ignorancia de su anterior Administración.

Tenemos fuerzas y medios sobrantes para ello, pero nos falta el concierto y unión de todas las Provincias; pues si cada una quiere llevar adelante su independencia particular, todas serán la victima de su desunión y anarquía, no habrá conjunto ni vigor en las operaciones, y cada una quedara abandonada a la debilidad de sus fuerzas y recursos…

… Es menester considerar que aunque llegásemos a lograr una paz tranquila, no podríamos disfrutarla. Desde luego nuestras Colonias serian perdidas pues no pertenecen a esta o aquella Provincia de España, sino a todo el Reino, y si esta no se reúne bajo de una sola autoridad todo es perdido.

Sentado este principio, resta saber como y por quien ha de ser constituida esta Autoridad Suprema. La necesidad de adoptar este medio proviene de la ausencia y opresión de nuestro legítimo Rey; por consiguiente, es en su Real nombre que dicha autoridad deberá regir el Estado.

La autoridad de uno solo atendidas las actuales circunstancias y la ambición de los hombres, podría ser arriesgada para el Estado, y repartida en muchos produciría la indecisión y retardo en todos los negocios. Parece pues que una Regencia confiada a tres o cinco a lo mas evitaría ambos extremos.

En la imposibilidad de ser nombrada por el Rey, parece indudable que este derecho recae en la Nación ò sus representantes. Según nuestra Constitución serían las Cortes a quien corresponde la determinación y elección de una Regencia, puesto que la perfidia de nuestro enemigo nos ha privado también de todas las personas reales en quienes debería depositarse la primera autoridad.

Pero la convocatoria formal de Cortes sufre dificultades y dilaciones invencibles que pondrían en mayor riesgo nuestra situación, por consiguiente, parece que no queda otro arbitrio que el congregar una Junta compuesta de Diputados de todas las Provincias o Capitanías Generales hacia el centro de todas ellas, con poderes para nombrar y establecer una Regencia que sea el punto de reunión y cabeza de todos los Dominios del Rey y cuyas facultades absolutas puedan unir y emplear nuestros medios, recursos y operaciones para salvar nuestra Patria, que si subsiste entregada a la división, independencia y miserable egoísmo de cada Provincia van a ser todas subyugadas por nuestros enemigos “.

Entre tanto, la gran victoria del Ejército Español en Bailén, trocó la situación, convirtiendo la victoria de Bessiéres en Rioseco en inútil. El rey José, recién llegado a Madrid, se retira precipitadamente intruso, con su corte y todas las tropas francesas reunidas en torno a la Corte, hacia el río Ebro.

Reorganizadas sus fuerzas, Cuesta ( denominadas ahora bajo el nombre de “ Ejército de Castilla “ aunque sus efectivos no rebasaran los 10.000 soldados ) marcha hacia Segovia y de allí a Burgo de Osma, siguiendo a los franceses.

Entretanto, el 5 de Septiembre se celebró una reunión de jefes de ejércitos en Madrid para tratar de establecer un mando único central. La reunión finalizaría sin acuerdo. El temor de las nuevas Juntas ( que se estaban agrupando en una Central en Aranjuez ), a un nuevo Generalísimo del corte de Godoy, junto con los celos de los generales, lo impidió. Cuesta mantuvo las ideas ya expuestas en sus proclamas y además reclamó para sí el mando supremo por ser el general  con mando más antiguo y por haber sido nombrado directamente para el cargo, tras su antigua depuración por Godoy, por el Rey Fernando el 2 de Abril. En teoría ello le libraba de sospechas de poca fidelidad al partido fernandino. Sin embargo su autoritarismo y tardanza en sumarse a la causa patriota le hizo, infundadamente, sospechoso a la Junta de Galicia.

Poco después de esta infructuosa reunión, Cuesta decidiría actuar contra la facción de la Junta de León y Castilla rebelde a sus mandatos. Habiendo aquella elegido a sus dos diputados vocales para la Junta Central, el baylío Valdés y el conde de Quintanilla, Cuesta ordenaría su detención en su marcha hacia Madrid, así como su sustitución por otros representantes de sus Juntas leales de León y Valladolid.

La actuación de Cuesta ocasionó toda una tormenta política en el seno de la nueva Junta Central. Ello daría lugar a un duro intercambio epistolar entre Cuesta por un lado, y Castaños ( el vencedor de Bailén ) y el Presidente de la Central ( el conde de Floridablanca ) por otro. Con muy pocas bazas a su favor por la debilidad de su ejército y por haber sufrido ya dos derrotas, Cuesta fue obligado a comparecer en Aranjuez ante la Junta. Al rechazar tercamente cualquier rectificación, Cuesta fue relevado de su mando y arrestado.

Desde su arresto en Aranjuez, asiste Cuesta a la funesta campaña española del Emperador que se salda con la derrota y dispersión de los Ejércitos Españoles faltos de unidad de mando ( como el había predicho ). Tras la derrota de Somosierra y la entrada de Napoleón en Madrid, la Junta Central emprende la huida hacia Extremadura.

Cuesta, en la misma situación de arresto, acompaña a la Junta, llegando el 10 de Diciembre a Mérida. Allí ante un estallido popular que reclamaba a la Central la rehabilitación del admirado y veterano general. Forzada la situación, Floridablanca acepta a cambio de poder continuar el Gobierno patriota su marcha hasta Sevilla.

Así, el 29 de Diciembre de 1.808, el general Cuesta era nombrado Capitán General de Extremadura y comandante en jefe de su Ejército ( que regresaba derrotado desde Burgos ).

Otra vez, casi de la nada, y gracias a su carisma y severa autoridad, lograr reconstruir un nuevo Ejército. Activa el reclutamiento y organización de nuevos regimientos. Demostrando las enseñanzas recibidas en los últimos aciagos meses, adiestra a sus tropas en las nuevas enseñanzas tácticas aprendidas de los franceses, incrementando el número y entrenamiento de las tropas ligeras, refuerza su artillería y organiza nuevos cuadros de oficiales a base de mandos dispersos y personal de las milicias urbanas y otras fuerzas de la reserva.

Para ello contó con la asistencia de excelentes subalternos como: José de Zayas, su mano derecha desde los días de Medina de Rioseco, el Duque del Parque ( vencedor meses después en Tamames ), el marqués de Portago ( cuya división tanto se distinguió en Rioseco ), etc.

Sin embargo, su férrea política de apurar hasta el máximo los recursos de Extremadura ( como imponía la difícil situación bélica ) hizo a Cuesta impopular entre los Vocales de la Junta de Extremadura. Ello ya le había sucedido con los miembros de la Central, empezando por el mismo Ministro de la Guerra, el Teniente General Antonio Cornel.

Rápidamente, el siempre ofensivo Cuesta emprendería pequeñas acciones en Enero y Febrero del nuevo año que le permitieron recuperar el puente de Almaraz, la comarca de Navalmoral de la Mata (en el Camino Real de Extremadura), y expulsar de la provincia de Badajoz a todas las avanzadillas imperiales.

Estas demostraciones de fuerza de un renacido Ejército Español de Extremadura, y el respeto que siempre tuvieron los franceses al viejo general español, dieron lugar, en Marzo de 1.809, a una nueva ofensiva imperial sobre el valle del Tajo. Tras varias escaramuzas previas, tendría lugar la gran batalla de Medellín, el 28 de Marzo. En ella, en la mejor tradición de Federico II, Cuesta ordenaría cargar a sus tropas, en un ataque concéntrico, contra el Ejército francés del mariscal Víctor, haciéndolo retroceder en toda la línea con gran mérito ( sus tropas eran unidades, las más, con poco tiempo bajo las armas ). A punto de conseguir la victoria, el mal comportamiento de parte de su caballería, dio lugar a una dura derrota. Casi la mitad del Ejército de Extremadura fue destruido. El propio Cuesta fue herido cuando trataba de frenar la huida de sus jinetes.

Sin embargo, y de nuevo, la derrota campal no supuso la destrucción total del Ejército Español. Cuesta consigue realizar una retirada que salva al resto de sus tropas. A pesar del revés la Junta Central asciende a Cuesta al empleo de Capitán General el 1 de Abril de 1.809. Con base en Badajoz logra reconstruir sus fuerzas a base nuevas levas y del refuerzo de tropas procedentes de Andalucía. Esta labor de organización permitió que para Junio el Ejército de Extremadura fuera de nuevo una fuerza combatiente eficaz, lo bastante fuerte para encomendarle la ofensiva en la campaña del Tajo del verano de 1.809.

Cuesta ( que conseguiría por cuarta vez reconstituir su Ejército ) logró sobrevivir a la derrota de Medellín, pero no lo haría a la victoria de Talavera, conseguida por la acción conjunta de los Ejércitos Español y británico ( aunque el segundo llevará el peso de la acción ).

La retirada británica a Portugal, sus desencuentros con Wellington al que nunca toleró que quisiera subordinar las tropas españolas a los intereses estratégicos británicos en la Península, junto con los recelos mutuos con la Central, condujeron a este viejo soldado ( siempre mejor militar que cortesano o político), a ser obligado a dimitir de su puesto en Diciembre de 1.809.

Poco después, en Enero, sufriría en Badajoz, fruto del agotamiento de un año y medio de durísima campaña, un derrame cerebral que le dejó medio paralizado. El anciano soldado de hierro finalmente se agotó. Por razones médicas fue evacuado a Sevilla.

Meses después, algo más recuperado, ante la invasión francesa de Andalucía en la primavera de 1810, Cuesta se refugiará en Málaga. Desde allí será destinado, como nuevo Capitán General, a Palma de Mallorca. En las islas se dedicaría, entre otras cosas, a redactar su famoso “ Manifiesto a la Europa “  a fin de defenderse de todos los ataques de sus enemigos, no de los franceses que siempre le respetaron, sino de los británicos y de algunos de su compatriotas. Allí  fallecería el 26 de Noviembre de 1.811.

Sus enemigos en las nuevas Cortes se negarían a declararle “ Benemérito de la Patria “,  pesar de la petición de varios diputados en febrero de 1812. Así, olvidado, en medio de la guerra que continuaba y de la reformas políticas que darían lugar a la Constitución aprobada ese mismo año, Cuesta sería enterrado en la Catedral de Palma bajo una simple y humilde lápida. Cerca de él se levantó el fastuoso mausoleo del marqués de La Romana.

El desgastado epitafio de este olvidado general cántabro muerto a la luz del Mediterráneo aún nos sigue contando hoy:

MUY EXCELENTISIMO SEÑOR GREGORIO

GARCIA DE LA CUESTA GENERAL DE LOS EXERCITOS

Y DEL REINO DE MALLORCA PRESIDENTE DE SU REAL AUDIENCIA Y DE LA JUNTA SUPERIOR CABALLERO GRAN CRUZ DE LA DISTINGUIDA ORDEN DE CARLOS III, REGIDOR PERPETUO DE LA VILLA DE MADRID Y SOCIO BENEMERITO DE LA REALES SOCIEDADES MALLORQUINA Y CANTABRICA MURIO EL 26 DE NOVIEMBRE DE 1811