
“ Resumen Histórico de los Ataques, Sitio y Rendición de Astorga escrito por el Teniente General José María de Santocildes. Madrid, 1815.”.
Segundo Sitio puesto contra Astorga en 1812
“En el mes de Junio de 1812, habiendo sido llamado cerca del Gobierno el Mariscal de Campo D. Javier Abadía, Comandante General del Sexto Ejército y Reyno de Galicia, se me confirió nuevamente en propiedad el mando de este y de aquel bajo las inmediatas órdenes del Excmo. Sr. D. Francisco Javier Castaños, que á la sazón se hallaba en dicha provincia. Este superior Jefe, considerando que era indispensable llamar la atención de los enemigos hacia el Reyno de León, mientras lo hacían los aliados á otros puntos de Castilla, no perdonó medio para que se facilitasen los necesarios á sitiar á Astorga, confiándome la empresa. Dadas las órdenes competentes para que de la maestranza de La Coruña se proporcionase artillería de batir, municiones, y mas útiles necesarios, ínterin que yo reunía fuerzas y con ellas marchaba á incorporarme á las divisiones mas próximas á dicha ciudad, el Teniente General Marques del Portago, que interinamente las mandaba, á mi arribo había ya dado principio á la operación, encerrando mil y doscientos franceses que la guarnecían, quitándoles toda comunicación.
El enemigo durante el tiempo de su ocupación (obligando á trabajar á los naturales) había puesto la citada plaza en estado de defensa, derribando totalmente el arrabal de Rectivía, y todos los edificios contiguos á la muralla, dejando despejados los puntos mas atacables de la plaza; había cubierto las Puertas del Obispo y del Rey con recientes, fosos y palizadas, y en la prolongación de la capital del torreón de la de hierro había construido otro reducto bastante separado de ella, y que en cierto modo flanqueaba los recientes construidos en las puertas. Este, además de su foso y estacada, estaba cerrado por la gola con un muro aspillerado; y por último había hecho de mampostería todos los parapetos del recinto principal, ensanchando en parte sus terraplenes y artillado la plaza con catorce piezas de doce, ocho y cuatro, un mortero y dos obuses.
Cuando se tuvo noticia de haber salido de La Coruña la artillería, y calculando el tiempo que podía tardar, después de haber practicado varios reconocimientos para determinar el punto de ataque, y con presencia de las relaciones que se tenían del estado interior de la plaza se dio principio á una batería al alcance de fusil de ella, que enfilaba todo el frente de Puerta de Rey, y batía de revés el reducto y rediente de Puerta del Obispo, y sin embargo del vivo fuego de los enemigos se concluyó y artilló apenas llegaron cuatro piezas de á diez y seis, que es todo lo que pudo en aquella época aprontar; de suerte que con estas y las piezas de dos compañías de artillería de á caballo fue con lo que se contó para llevar al cabo la obra comenzada.
Rompió por fin la batería el fuego el 3 de Julio con todo el acierto y efecto que se podía desear; de manera que se puede asegurar que si hubiese podido se tan vivo como era necesario, el verdadero punto de ataque hubiera estado bien libre de fuegos; pues los tiros á rebote no dejaban parar absolutamente á los enemigos en la muralla, y les hubieran inutilizado sus piezas; pero como para las cuatro se contaban dos mil tiros solamente, y algunos de menos calibre que ellas, fue preciso contentarse con un fuego lento, con todo que se empelaban también cuantas municiones se podían recoger de las que disparaba el enemigo; y esto indispensablemente daba lugar á los sitiados á espaldonarse.
Mientras la batería hacia su fuego lento, se construyó otra frente del verdadero punto de ataque, que era entre el castillo y la Puerta del Obispo, que se artilló sacando algunas piezas de la otra, y reemplazándolas con la artillería de a cuatro y dos obuses de siete pulgadas de las Compañías. Empezó esta también su fuego con bastante acierto al principio, aunque pausado, hasta que por la diversidad de calibre de las balas se inutilizaron algo las piezas; de modo que por mas que se quisiese ocultar la debilidad á los enemigos, era imposible que hubiesen dejado de conocerla; pues aunque aumentásemos baterías, como en efecto se aumentó otra á la izquierda de la primera frente la Puerta del Rey para batirla, y hacerles dudar del verdadero ataque, sin embargo no podían menos de reparar que el fuego siempre era del mismo número de piezas poco mas ó menos; en términos que contra toda regla de ataque podía sin duda (como se vio) presentar el sitiado mayor número de piezas y de mayor calibre que el sitiador. Infiérase de esto los progresos que podrían hacerse, de suerte que mas era asedio que sitio. Por otra parte no se podía hacer uso de las granadas para incomodar á la tropa enemiga, pues el daño recaía en los infelices moradores de la ciudad; de manera que nada se presentaba lisonjero. La escasez de víveres que tenían los sitiados no era tanta que no se pudiesen resistir mucho tiempo; y teniendo por nuestra parte Generales, Jefes, Oficiales y Tropa de todas armas llenos de valor y ardimiento, como á cada paso lo acreditaban, nada se podía hacer, y todo era nulo por la escasez de artillería, y un sitio que en pocos días se hubiera concluido teniendo todos los medios necesarios, se prolongaba mas y mas por esta falta: lo que daba lugar á que aquellos que por ignorancia se atienden solo á los resultados criticasen la conducta de un Ejército que, sufriendo mas de lo que era imaginable, no conseguía lo que deseaba.
Por medio de ramales de trinchera se logró por fin llegar al pie de la plaza, desalojando por ataques bruscos á los enemigos de todos los puntos exteriores, exceptuando los reductos, y se empezó la mina contra el recinto de la plaza sin haber podido acallar sino por momentos los fuegos de los reductos.
Nuestras tropas, las más, eran de infantería, y esto daba fundados recelos de que acercándose el enemigo con algún grueso de caballería obligase á levantar el sitio: lo que se hubiera verificado si, al mismo tiempo que el Sexto Ejército operaba en esta parte de Castilla, ocupando la capital de León hasta las márgenes del Esla, el Excmo. Sr. Duque de Ciudad-Rodrigo no hubiese avanzado con su Ejército de Portugal para atacar al enemigo, que se hallaba en Salamanca á las órdenes del General Marmont.
A este tiempo, que era á mediados de Julio, recibí aviso del Duque de Ciudad Rodrigo para que si podía disponer de alguna fuerza, que no juzgase necesaria para continuar el sitio de Astorga, la hiciese marchar, pasar el Duero por las inmediaciones de Zamora (que igualmente que Toro estaban ocupadas por los enemigos), y al mismo tiempo que se llamaba la atención al flanco derecho del Ejército de Marmont, ponerse nuestras tropas en contacto con el Británico. En este caso me pareció debía prescindir de la satisfacción que podía resultarme de seguir mandando el sitio de Astorga, y hacer prisionera su guarnición, para tener la de ir á la cabeza de las tropas que destacaba para operar á las órdenes de tan acreditado Caudillo; y así, con aprobación del Excelentísimo Sr. D. Francisco Javier Castaños, marché con ocho mil infantes y quinientos caballos, dejando lo restante del Ejército y toda la artillería continuando el sitio de Astorga bajo las órdenes del Mariscal de Campo D. Francisco Javier Losada; y aunque no tuve el honor de llegar á tiempo de hallarme en la famosa batalla de los Arapiles, merecí en Cuellar, pueblo de la provincia de Segovia, el de tomar las órdenes verbales del victorioso Duque. Consecuente á estas me dirigí sobre Valladolid, cuya ciudad e inmediaciones ocupé, haciéndolo también al mismo tiempo una división inglesa de diez mil hombres, ínterin que el Duque de Ciudad-Rodrigo con el resto de sus fuerzas se posesionaba de Madrid; pero como los Mariscales Soult y Suchet, con todas las que el primero tenia en Andalucía, y mucha parte de las que del segundo cubrían el reyno de Valencia, vinieron á auxiliar los Ejércitos batidos, el de Marmont rehecho de su derrota, y aumentado con tropas de Vizcaya y Navarra, se hizo muy superior á las de mi mando é Inglesas, que estábamos á su frente; por lo cual, luego que amenazó atacarnos, se replegaron las últimas al grueso de su Ejército, que venia retirándose de Madrid, y nosotros batiéndonos diariamente con la vanguardia del Ejército enemigo, que interinamente mandaba el General Clousel, nos dirigimos hacia Astorga, que todavía no se había rendido; pero el Excmo. Sr. D. Francisco Javier Castaños, que noticioso de todas las ocurrencias había llegado anticipadamente á la inmediación de dicha ciudad, tomó las mas eficaces providencias, con las cuales consiguió capitulase, y se rindiese la guarnición ocho horas antes de nuestra llegada y la de los enemigos, que venían á nuestro alcance. Estos no solo no pudieron salvar aquella, pero ni aun siquiera la artillería, por haberse extraído con mayor celeridad, é inutilizado las estacadas, fosos, reductos y puertas de la plaza, en términos que caso de apoderarse nuevamente el enemigo no pudiese defenderla. Por este accidente, teniendo la mina casi debajo de la escarpa de la plaza, no semaloraron los frutos de tan irresistibles trabajos. En la marcha que hice para unirme con el Duque de Ciudad-Rodrigo, una brigada mandada por el Mariscal de Campo D. Federico Castañón, hizo prisioneros á doscientos sesenta y seis hombres, que se hallaban fortificados con tres piezas de artillería en Tordesillas; pero nada pudo intentarse con respecto á los que estaban en Toro y Zamora, por no tenerla para batir los castillos en que se encerraban. Sin embargo, con la de pequeño calibre tomado en Tordesillas se incomodó algunos días á los de Toro, ínterin se sacaban subsistencias para nuestras tropas de dentro de la propia ciudad…”